Los duelos musicales eran frecuentes en los siglos XVIII y XIX. En ellos participaban pianistas de renombre. La alta sociedad se reunía en aquellas veladas para decidir quién era el mejor.
La prensa solía hacerse eco del resultado, de modo que el ganador reforzaba su fama. Bach, Mozart y Beethoven fueron algunos de los grandes protagonistas de estos desafíos.
Hoy, quienes visitan una tienda de pianos o sueñan con comprar un piano reviven parte de esa pasión por el instrumento que marcó toda una era.
DOS RIVALES Y UN ESCENARIO PARA LA BATALLA MUSICAL
Pero, si hay un duelo entre pianistas que destaca entre todos, fue el de Liszt y Thalberg. Era el 31 de marzo de 1837. En el salón de la princesa italiana Cristina Belgiojoso, exiliada en París, se dieron cita dos de los grandes virtuosos del momento: Franz Liszt y Sigismond Thalberg.
Era la velada más esperada en París. La élite intelectual y aristocrática parisina asistió en masa a un evento que generó una expectación sin precedentes, ya que ambos músicos estaban considerados como los dos mayores pianistas del momento y, además, eran eternos rivales.
Cada uno desplegó su arsenal de técnica y expresividad para ganarse al público, en uno de los episodios más comentados de la historia musical del Romanticismo. Los asistentes estaban divididos entre «lisztianos» y «thalbergianos».
VIRTUOSISMO Y PASIÓN DESBORDANTE
El desafío comenzó. Thalberg tomó la iniciativa e interpretó su Divertimento sobre temas favoritos de Rossini, op. 18, y Fantasía de Les Soirées, sobre God Save the Queen, op. 27. Hizo gala de su técnica usando los pulgares en el registro central del piano mientras ejecutaba arpegios y ornamentos en las tesituras graves y agudas. Consiguió crear la ilusión de que sonaban como tres pianos.
Llegó el turno de Liszt, que respondió con la fuerza volcánica que le caracterizaba. Interpretó su Divertissement sur la cavatine ‘I tuoi frequenti palpiti’ S. 419, de Pacini, su transcripción del Konzertstück en fa menor,de Carl Maria von Weber, y las Harmonies poétiques et religieuses, S 173 n. 3, Bénédiction de Dieu dans la solitude.
EL RETO FINAL
Thalberg fue sublime y contenido, Liszt fue dramático y apasionado. La primera batalla despertó gritos de entusiasmo entre el público. La tensión era palpable, pero aún faltaba el reto final.
Ambos habían preparado piezas de dificultad nunca vista, escritas por ellos mismos en las últimas semanas a propósito para el duelo musical. Thalberg interpretó su Fantasía Op. 33, basada en Moisés, de Rossini. Liszt tocó sus Reminiscences de Roberts le Diable, de Meyerbeer.
UN JUICIO SALOMÓNICO
¿Quién había ganado? Se dice que la princesa Belgiojoso zanjó el resultado con un veredicto tan ecuánime como ambiguo: «Thalberg es el primer pianista del mundo. Liszt es único». Según el criterio de Chopin, que estuvo presente, el húngaro fue mejor.
Aunque no hubo un vencedor claro, Liszt salió reforzado como el pianista más revolucionario, además de imbatible. Para Thalberg, supuso el cénit de su fama. El duelo, además, ha pasado a la historia de la música porque condensó la esencia del Romanticismo: la belleza clásica y serena enfrentada a la expresión apasionada y desbordante.